sábado, 11 de abril de 2009

Entrevista a Noam Chomsky

"Necesitamos nacionalizar y avanzar hacia la democratización"

Paul Jay
Real News

Ofrecemos la traducción al castellano de la transcripción de una entrevista de “Real News”, realizada por Paul Jay, a Noam Chomsky.


Paul Jay: Bienvenido a The Real News Estamos en el MIT, Cambridge, con el Profesor Noam Chomsky, quien creo no necesita introducción. Gracias por acompañarnos.

Chomsky: Encantado de estar con vosotros.

Jay: Algunos días atrás, la administración Obama y Geithner anunciaron su plan para la banca. ¿Qué opinas al respecto?

Chomsky: Bueno, en realidad existen varios planes. Uno es la capitalización. El otro, el más reciente, busca rescatar los activos tóxicos mediante una coalición mixta, entre el sector público y el privado. Y éste disparó el mercado de valores al alza. La razón es evidente: resulta extremadamente beneficioso para los banqueros y los inversores. Esto significa que un inversor podría, si quisiera, comprar estos activos de poco valor. Y si éstos aumentan su valor, obtiene ganancias; mientras que si caen aun más, el gobierno asegura el valor. Por lo tanto, podría existir una ligera pérdida, pero también podría haber grandes ganancias. Y esto es –como señaló un administrador financiero en el Financial Times esta mañana- un “escenario de ganancias”.
Jay: Un escenario de ganancias para el inversor.

Chomsky: Sí.

Jay: Si tú eres el inversor.

Chomsky: Para el sector público es un escenario de pérdida. Pero ellos están simplemente reciclando, en gran parte, las medidas de Bush y Paulson; se las ha retocado un poco, pero esencialmente mantienen la misma idea: conservar la misma estructura institucional, obviar la gravedad del problema el mayor tiempo posible, sobornar a bancos e inversores para que ayuden, pero evitar las medidas que puedan ir al centro neurálgico del problema –es decir evitar el costo, si es que puede considerarse un costo, de cambiar la estructura institucional-.
Jay: ¿Y cuál es el plan que apoyarías?

Chomsky: Bueno, digamos por ejemplo, tomar adecuadamente las bonificaciones de AIG [“bonuses”, se refiere a pagas adicionales que reciben los ejecutivos en forma de incentivos a su desempeño, N. de la T.], que son los que están causando semejante desastre. Dean Baker manifestó que había una forma adecuada y simple de abordar el problema. Desde que el gobierno prácticamente es propietario de AIG (sólo que no usa su poder para tomar decisiones), dividiera la sección de AIG que causó todos los problemas –la sección de inversiones financieras-, y la deje ir a la bancarrota. Y después los ejecutivos podrán ir a cobrar sus bonificaciones a la empresa quebrada, si quieren. Esto aumentaría mucho el interés de los afectados en el problema de la quiebra, y el gobierno podría mantener su control efectivo a gran escala, si quisiera ejercerlo, sobre lo que es aún viable en AIG. Y con los bancos, los grandes bancos como el Bank of America, uno de los principales problemas es que nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que sucede en su interior. Existen prácticas y manipulaciones muy oscuras y ellos no van revelarlas tan fácilmente al gobierno. ¿Por qué deberían hacerlo? No es su problema. De hecho, cuando la Associated Press envió a periodistas a entrevistar a los administradores bancarios y a los gestores de inversiones, preguntándoles qué habían hecho con el dinero del TARP [Troubled Assets Relief Program: plan de rescate financiero realizado por la Administración Bush para reducirles riesgos a los tenedores de activos con problemas, N. de la T.], ellos se limitaron a reír. Dijeron “No es de su interés. Somos empresas privadas. La tarea del sector público es financiarnos, no saber lo que estamos haciendo”. Pero el gobierno podría averiguarlo –a saber, haciéndose cargo del control de los bancos-.

Jay: ¿Es por este tipo de maquinaciones políticas por lo que quieren evitar la nacionalización?
Chomsky: No tienes que usar la palabra ‘nacionalización’ si le molesta a la gente; pero debe haber alguna forma de concurso de acreedores, que pueda al menos permitir a investigadores independientes, investigadores gubernamentales, estudiar los libros de cuentas, averiguar qué es lo que están haciendo, quién debe qué a quién, lo cual constituye el punto de partida para cualquier tipo de modificación. Se podría ir mucho más allá, pero no está contemplado. No es una ley natural que las corporaciones tengan que dedicarse solamente a obtener beneficios para sus accionistas. Ni siquiera es lo que señala la ley. Esto es principalmente el resultado de decisiones judiciales y códigos administrativos, entre otros. Sin embargo, es perfectamente concebible que las corporaciones sean responsables con sus accionistas, la comunidad y los trabajadores.
Jay: Especialmente cuando es dinero público el que está moviendo el sistema.
Chomsky: Casi siempre es dinero público. Toma por ejemplo el caso del hombre más rico del mundo, Bill Gates. ¿Cómo llegó a tener la mayor fortuna mundial? Bueno, gran parte de ello se lo debe al dinero público. De hecho, a lugares como en el que estamos ahora sentados...
Jay: El MIT.
Chomsky: -que es donde los ordenadores han sido desarrollados, internet ha sido desarrollado, y los programas informáticos más modernos, aquí y en sitios similares- casi en su totalidad son sostenidos con fondos públicos. Y luego, por supuesto, el sistema funciona de una forma que podría sintetizarse, aunque algo exageradamente, diciendo que el sector público paga los costos y asume los riesgos, y el beneficio es privatizado.
Jay: Que es lo que estamos viendo ahora con el rescate financiero.

Chomsky: Bueno, hay mucho que decir al respecto porque se trata de las instituciones financieras y es muy evidente, pero esto sucede también en otros ámbitos. Como dije, ordenadores e internet, las bases para la revolución de las tecnologías de la información de finales de los 90.

Jay: Entonces cuando dices “desafiar la estructura institucional”, ¿qué es lo que quisieras que suceda?
Chomsky: Para comenzar, pienso que las corporaciones, los bancos, y demás instituciones de esa clase deberían ser responsables frente a todos los interesados, no sólo frente a los accionistas. Esto no es un cambio enorme. De hecho, es parte de la jurisprudencia de la corte. Hubo un caso muy importante, enormemente relevante ahora. Hace alrededor de 30 años, las principales compañías del acero quisieron destruir las plantas de acero de Youngstown –el centro de las comunidades de allí fue construido en torno a ellas- y buscaron moverlas o deshacerse de ellas. Y los trabajadores y la comunidad en general querían conservarlas y pensaron que podrían hacerlas funcionar por su cuenta. De hecho, llevaron el caso a la justicia, argumentando que las reglas administrativas deberían ser modificadas, para que todas las partes interesadas en la empresa, no sólo los accionistas, puedan tener control sobre la corporación. Naturalmente, no ganaron el juicio, pero es una idea perfectamente factible. Podría ser una forma de mantener vivas a las comunidades y también conservar aquí a las industrias.
Jay: Entonces, si miras el sistema financiero actual y tomas este principio, la representación de los intereses de todos los afectados por la empresa y no sólo los de los accionistas, ¿cómo se materializaría, en términos de políticas?

Chomsky. Primero, y para comenzar, implicaría que el gobierno no sólo rescatase financieramente a los bancos vertiendo capital en ellos, sino que ejerciese el control. Y el control comienza con la inspección. Y averiguaríamos lo que están haciendo. Luego, podrían conservarse las partes viables, y si son viables, deberíamos ponerlas bajo control público. Probablemente el gobierno podría haber comprado AIG o Citigroup por bastante menos de lo que está pagando ahora por ellos. Me refiero a que en una sociedad democrática, el gobierno y la comunidad estarían en mutuo acuerdo, y entonces tendría que haber una compenetración directa de la comunidad en lo que esas instituciones deberían hacer y con la manera en que ellas deberían distribuir su dinero, entre otras cuestiones. Es decir, que podrían conducirse democráticamente por los trabajadores, por la comunidad.

Jay: Pero entonces, aunque se utilice o no la palabra ‘nacionalización’, ¿el banco se convierte entonces en una institución de propiedad pública?

Chomsky: Se convierten en instituciones de propiedad pública que sirven a la comunidad y donde las decisiones son tomadas por la comunidad. Es un largo camino. Hay que aproximarse paso a paso. Cuando se piensa en nacionalización, al menos en términos generales y por razones históricas, se alude a una especie de Gran Hermano haciéndose con el poder, y la población acatando órdenes. Pero esa no es necesariamente la forma en que se ha hecho. Hay muchas instituciones nacionalizadas que se han desempeñado eficientemente. Por ejemplo, en Chile, que se supone que fue el alumno fiel de la economía de libre mercado reaganiana/thatcheriana. En ese país, una buena parte de la economía está basada en una empresa productora de cobre, nacionalizada y muy eficiente. Codelco, tal es el nombre de la compañía, fue nacionalizada por Allende, pero su desempeño fue tan efectivo que durante los años de Pinochet no se desmanteló. En realidad, actualmente está siendo debilitada, pero sigue siendo la mayor productora de cobre del mundo y la principal fuente de renta del Estado. Y por todos lados pueden encontrarse casos de empresas nacionalizadas que se han desempeñado exitosamente. Pero la nacionalización es sólo un paso hacia la democratización. El asunto es quién las administra, quién toma las decisiones, quién las controla. Ahora, en el caso de las instituciones nacionalizadas, siguen siendo jerárquicas, pero no tienen por qué serlo siempre. Quiero decir, nuevamente, que no existe ninguna especie de ley natural por la cual estas instituciones no puedan ser democráticamente conducidas.

Jay: ¿Y cómo sería?

Chomsky: La participación mediante consejos de trabajadores, reuniones y discusiones de organizaciones comunitarias, en las cuales se deciden las políticas a seguir –que es como se supone que la democracia debería funcionar-. Estamos muy lejos de eso, aun en el sistema político. Por ejemplo, las primarias. De la manera en la que funciona nuestro sistema, los candidatos se postulan, sus jefes de campaña van a algún pueblo de New Hampshire y organizan un acto adonde acude el candidato y dice: “Miren lo bueno que soy. Voten por mí.” Y la gente puede creerle, o no, y luego se va a casa. Supongamos que tenemos un sistema democrático que funciona de la otra manera. La gente en el pueblo de New Hampshire se reuniría en conferencias, encuentros, etc., y trabajarían en las políticas que les gustaría ver concretadas. Y luego, si alguien quisiera postularse a alguna candidatura, podría ir, si quieren ellos podrían invitarlo, y él los escucharía. Le dirían cuáles son las políticas que les gustaría que se aplicasen, y que si él lo hace, ellos le permitirían representarlos, pero que le retirarían el apoyo si no cumple.

Jay: Como dices, esto está bastante alejado de lo que hoy es la política.

Chomsky: No está tan lejos. Suele darse.

Jay: Pero en una instancia nacional...

Chomsky: En el contexto nacional está muy lejos. Pero permíteme tomar como ejemplo el que probablemente sea el país más democrático del hemisferio occidental, aunque la gente no quiera pensarlo así: Bolivia. Es el país más pobre del hemisferio. Es el más pobre de Sudamérica. Tuvo elecciones en los últimos dos años, en las que la gran mayoría de la población, que fue la más reprimida del hemisferio, la población indígena, entró por primera vez en 500 años en la arena política, determinó las políticas que quiso, y eligió un líder de sus propias filas, un campesino pobre. Y los aspectos a modificar fueron muy serios –su control sobre los recursos, la justicia económica, los derechos culturales, las complejidades de una muy diversa sociedad multiétnica-. Las políticas proceden en gran medida de la comunidad, y se supone que el presidente las concreta. Es cierto que nada funciona tan perfectamente, se presentan problemas de todo tipo, pero existe una forma de programa básico. Esto es democracia en funcionamiento. Es casi lo opuesto a la forma en que opera nuestro sistema.
Jay: En el próximo segmento de nuestra entrevista, hablaremos del futuro de la democracia, o como la llamemos en Estados Unidos. Por favor, acompáñenos en el próximo segmento de nuestra entrevista al profesor Noam Chomsky.

Parte 2
Jay: Bienvenidos nuevamente a The Real News. Estamos en el MIT, en Cambridge, con el profesor Noam Chomsky. Gracias por seguir con nosotros. En el primer segmento de nuestra entrevista hablamos sobre cómo debería ser un plan económico que Chomsky apoyaría, el cual tendría que contemplar no sólo a los consumidores sino a los todos los actores implicados y lo que esto podría significar en cuanto a la relación entre la banca y la democracia. Y ya que entramos en el tema de la democracia, ¿qué crees que irá a suceder? Me refiero a los planes actuales para el sector financiero, para el sector automotor, el plan general de estímulos. ¿Crees que funcionará? Y si no, ¿hacia dónde nos dirigimos en términos de intensidad de la crisis? Y ¿qué significa esto en relación con la democracia norteamericana?

Noam Chomsky: No creo que nadie esté en condiciones de saber si esto irá a funcionar. Es algo así como disparar en medio de la oscuridad. En general, -y no tengo ninguna mirada particular sobre el problema- creo que no será como la Gran Depresión, pero pueden venir años difíciles y un montón de parches si se persiste en las políticas en curso. Ahora, el punto crucial de las políticas actuales es mantener estable la estructura institucional: la misma estructura de autoridad, dominación y toma vertical de decisiones. En este esquema, la ciudadanía tiene un rol posible: consumidores. Puedes venderte a este esquema –es lo que se llama buscar un empleo-.
Jay: Y poner dinero para el rescate.

Chomsky: Sí, y puedes colaborar con dinero para el rescate económico, pero no te convertirás por eso en parte del aparato de toma de decisiones. Existe también otra certeza: se dará alguna forma de regulación. Quiero decir, la manía desregulatoria de los últimos 30 años, basada en conceptos fundamentalistas, casi religiosos, sobre la eficiencia de los mercados, se ha deteriorado bastante, y de forma rápida. Por ejemplo, Lawrence Summers, quien es ahora el jefe –prácticamente el jefe de los consejeros económicos- ha tenido que reconstruir un sistema de regulación del tipo del que destruyó unos años atrás. Estuvo a la cabeza de las iniciativas para bloquear los intentos del Congreso por regular los derivados y demás instrumentos financieros exóticos, bajo la influencia de estas cuestionadas ideas sobre mercados eficientes, elección racional, etc. Esto está bastante deteriorado, y habrá algún tipo de reconstrucción del aparato regulatorio. Pero su historia es bastante clara y comprensible: los sistemas regulatorios tienden a quedar absorbidos por las industrias que han de regular. Esto fue lo que sucedió con los ferrocarriles, entre otros ejemplos. Y es natural. Ellos tienen poder, poder concentrado, capital concentrado, y una influencia política enorme –prácticamente conducen el gobierno-. Por eso, ellos siempre terminan haciéndose con el control del aparato regulatorio en su propio interés. Por ejemplo, durante lo que muchos economistas llaman la “era dorada del capitalismo”, que abarcó desde la segunda posguerra hasta mediados de la década de 1970, no hubo grandes crisis. El sistema estuvo regulado, se regularon el flujo de capitales, los tipos de cambio, etc., y condujo al mayor crecimiento en épocas de paz de la historia. Esto cambió a mediados de los 70, cuando la economía se fue desregulando y financiarizando, se incrementó el flujo de capital financiero especulativo y resurgieron las mitologías sobre la eficiencia de los mercados. Y hubo crecimiento, por supuesto, pero se concentró en muy pocos bolsillos, y durante 30 años se estancaron los salarios reales de la mayoría de la población.
Jay: ¿Y cómo cambia todo esto?

Chomsky: Hay un pequeño aspecto redistributivo en la política impositiva, muy pequeño. Quiero decir, es llamado socialismo, comunismo y cosas del estilo, pero difícilmente sea lo que fue años atrás. Por otro lado, la mejor manera de acercarse a un sistema más igualitario sería, simplemente, permitir la sindicalización. Los sindicatos tradicionalmente no sólo han mejorado la vida, las condiciones laborales y los salarios de los trabajadores, sino que han ayudado también a democratizar la sociedad. Son uno de los pocos medios por los cuales la gente común puede unirse y debatir, e incidir sobre las políticas públicas. Ahora no es eso lo que se busca. De hecho, y esto es lo interesante, es como si la sindicalización estuviera fuera de nuestras mentes. Hubo un dramático ejemplo de ello hace un par de semanas. El presidente Obama quiso mostrar su solidaridad con los trabajadores, por lo que fue a Illinois y habló en una planta industrial. La elección de la planta fue llamativa: escogió a Caterpillar. La eligió a pesar de las objeciones de la iglesia y grupos defensores de los derechos humanos sobre los efectos devastadores de las máquinas de Caterpillar en los territorios ocupados por Israel, que destruyen tierras de cultivo, caminos y pueblos. Pero nadie, hasta donde yo sé, ha considerado algo mucho más terrible, y es el papel que ha jugado esta empresa en la historia sindical estadounidense. Caterpillar fue la primera planta en generaciones en utilizar esquiroles para destruir una huelga. Esto fue, creo, en 1988, una parte del ataque de Reagan sobre el trabajo, pero esta fue la primera instalación industrial en hacerlo. Ahora eso es un hecho importante, enorme. En ese momento Estados Unidos estaba sólo -de la mano de Sudáfrica-, permitiendo algo así. Y esto esencialmente destruye el derecho de asociación de la población trabajadora.
Jay: La Ley sobre la Libre Elección del Trabajador (Employee Free Choice Act), que se supuso que facilitaría la sindicalización, no hemos oído mucho de ella desde la elección.

Chomsky: No se ha escuchado mucho al respecto. Y tampoco cuando Obama visitó la planta, que es el símbolo de la destrucción del trabajo por medio de prácticas desleales, porque la sindicalización ha sido extirpada de la mente de las personas. La Employee Free Choice Act siempre ha sido tergiversada. Se ha descrito como un intento de evitar elecciones secretas. No es eso. Es para permitir que los trabajadores decidan si debería haber elecciones secretas en vez de dejar las decisiones enteramente en las manos de los empleadores, que pueden usar las listas de afiliación sindical [check cards] si quieren [inaudible]... pueden elegirla, pero los trabajadores también pueden. Durante la campaña, Obama habló sobre esto, pero paulatinamente fue pasando a un segundo plano. Y hubiese significado un salto mucho más alto para superar la radical redistribución hacia los más ricos -que tuvo lugar en los últimos 30 años- facilitar los esfuerzos de gremialización. Y todos y cada uno de los presidentes desde Reagan han atacado este derecho. Reagan directamente les dijo a los empleadores: “No vamos a aplicar la ley”. Por lo que se triplicaron los despidos -despidos legales- por organizarse sindicalmente. Cuando llegó Clinton esto se consiguió básicamente a través de un dispositivo diferente –que se llamó NAFTA [Acuerdo de Libre Comercio de Norteamérica, en inglés; N. de la T.]. El NAFTA dotó a los empleadores de medio muy eficaces para evitar la organización de los trabajadores: sólo pusieron un gran letrero diciendo: “Operación de transferencia a México”. “Es ilegal, pero si el gobierno es un gobierno fuera de la ley, es posible salirte con la tuya”. Y durante los años de Bush, no es necesario hablar de ello. Pero es posible revertirlo, y este podría ser no solo un paso importante en el camino hacia la reversión de la tendencia regresiva de redistribución de la renta, sino en el de la democratización de la sociedad mediante la generación de mecanismos por los cuales la gente pueda actuar políticamente en su propio interés. Pero esto permanece tan al margen que apenas se discute. Y cuestiones como el control de las instituciones por todos los actores interesados, los trabajadores en la comunidad, no están en las preocupaciones prioritarias de la gente. Están dejándose de lado. De todos modos, si retrocedes hasta la década de 1930, que es la más cercana -aunque no fue igual-, surgieron algunos temas similares. Lo que en realidad metió miedo en el centro del mundo de los negocios fueron las huelgas de brazos caídos [: sit down strike, tipo de paro, sin actividad laboral, pero en el lugar de trabajo; N. de la T.]. Las huelgas de brazos caídos suceden justo cinco segundos antes de que aparezca la siguiente idea: “¿por qué sentarnos aquí? ¿por qué mejor no hacemos funcionar la fábrica? Podemos hacerlo, razonablemente mejor que estos administradores, porque nosotros conocemos como funciona”. Ahora bien, esto asusta. Y está empezando a pasar. Justo un mes atrás hubo una huelga de brazos caídos en una planta de Chicago, creo que se llamaba Pisos y Ventanas de la República. La multinacional propietaria de esta fábrica quiso cerrarla o trasladarla a otro lugar. Y los trabajadores protestaron, y se manifestaron, pero finalmente hicieron una huelga de brazos caídos. Tuvieron éxito a medias. Muchos de ellos perdieron su empleo. Otra empresa compró la planta, pero no se produjo el paso siguiente. El paso siguiente era, “¿por qué no nos encargamos nosotros de hacer funcionar la fábrica, conjuntamente con la parte de la comunidad que está directamente interesada, y tal vez incluso el resto de la comunidad? Estos son los asuntos que realmente deberían ser debatidos.

Noam Chomsky, el intelectual vivo más citado y figura emblemática de la resistencia antiimperialista mundial, es profesor emérito de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachussets en Cambridge y autor del libro Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World.

viernes, 10 de abril de 2009

Los Pactos de la Moncloa y el fin de la iniciativa obrera

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez

El franquismo no se hizo inviable para las clases dirigentes hasta que el movimiento obrero ocupó las calles y se impuso en las fábricas.

Nadie desde el régimen lo podía parar, de hacerlo alguien, tendría que ser la oposición. El PCE-PSUC sobre todo.

Los días finales del franquismo llegaron cuando el movimiento obrero se desbordó con sus movilizaciones y reivindicaciones. Sin ese paso al frente, las libertades hubieran llegado por arriba y con cuentagotas, y si acaso. La matanza de victoria demostraba que Fraga, Martín Villa, no iban a dudar en disparar, pero sí esa medicina no había servido en pleno franquismo, y la represión podía tener el efecto de “boomerang”, se trataba de pasar por otro sitio, por integrar a la oposición en una responsabilidades de Estado. Ahí se explica la Reforma Política liderada por Suárez cuya lectura no era otra que la siguiente: “De acuerdo, entramos por la vía de las reformas democráticas, o sea por la vuestra, para salir con la nuestra, lo que vale decir componer una democracia que nos permita recuperar la “paz social”…

Y la fórmula tuvo éxito, de manera que el referéndum de diciembre de 1976 marcó el fin de las esperanzas de la oposición de controlar el proceso de restauración democrática. La estrategia de la oposición fue, acelerar el ritmo y la extensión de la reforma intentando capitalizar los movimientos relativamente autónomos de protesta social. Que podían convocar a amplios sectores de trabajadores quedó claro en el paro general del 12 de noviembre de 1976 convocado por un frente unitario de corta existencia, la Coordinadora de Organizaciones Sindicales, contra el decreto del gobierno que restringía los salarios y la seguridad en el empleo. El consenso de dos años que siguió entre la oposición y el gobierno de Suárez fue, en realidad, un pulso para determinar los parámetros de la reforma. El resultado fue una serie de medidas las elecciones de junio de 1977, el Pacto de la Moncloa en octubre y la redacción y promulgación de una nueva Constitución a finales de 1978- que, sí bien fueron más allá de lo que los poderes fácticos habían intentado ceder, también descuidaron áreas vitales para el nuevo movimiento obrero. Mientras los partidos socialista y comunista pudieron implantarse en el nuevo escenario político, el movimiento sindical fue dejado al margen de la reforma, como meras correas de transmisión. Materias cruciales que afectaban a la capacidad de los nuevos sindicatos para reclutar afiliados y negociar fueron subordinadas al establecimiento de la estructura política de la nueva democracia parlamentaria.

Recordemos que los Pactos de la Moncloa, firmados por ocho representantes de la nueva configuración de fuerzas políticas, entre ellos Santiago Carrillo por los comunistas y Felipe González por el PSOE, y con una amenaza –blandida por los propios sindicalistas convertido en personas de orden- de que las movilizaciones podían significar un riesgo de golpe militar, y el ejército del 18 de julio parecía intacto aunque no lo estaba.

También se acordó mantener el aumento de los salarios por debajo del nivel de inflación, lo que supuso un recorte del 7% del nivel de vida de los asalariados. A cambio, se prometieron algunas reformas sociales y económicas. Unos años después, todavía seguían en el tintero. Por ejemplo, la promesa de restituir a los sindicatos el "patrimonio sindical" {el enorme patrimonio acumulado por el sindicato vertical durante casi 40 años a través de la confiscación de las propiedades de los viejos sindicatos y las cuotas obligatorias de empresarios y trabajadores) aunque había cumplido plenamente más de una década después de la llegada de la democracia. Igualmente, en las discusiones entre las fuerzas políticas se pasaron por alto algunos aspectos de los derechos sindicales, los cauces de negociación y las relaciones laborales en general. Si de hecho la fuerza de la oposición residió en su poder de convocatoria sobre el movimiento obrero, estas reformas, que hubieran podido consolidar su única base organizada, fueron pospuestas. Cuando finalmente estos asuntos se empezaron a considerar algunos años después, en el Estatuto de los Trabajadores de 1980 y en la Ley Orgánica de Libertad Sindical de 1985, fue en circunstancias menos favorables a los sindicatos.

Aparte de las propias dificultades financieras y de la ausencia de una nueva estructura de relaciones laborales, los sindicatos, en particular Comisiones Obreras, fueron estorbados por los muchos obstáculos que pusieron en su camino el gobierno y los empresarios, ahora en nombre de la “libertad”, argumentando que la “agitación” debilitaban a los reformistas del régimen ante los “ultras”. Hasta su legalización en 1977, Comisiones había sido acosada por las autoridades dondequiera que intentó celebrar reuniones públicas, y la dirección optó por la “prudencia”; la palabra era, esperad.

La evidente mayor tolerancia del gobierno hacia la UGT antaño ligada a la tradición socialista de Largo Caballero, cuyo Congreso se autorizó un año antes de su legalización, dio paso a una cierta hostilidad cuando apareció claro que los socialistas eran una fuerza electoral con la que había que contar. Por eso durante la primavera de 1977, se hicieron intentos para crear sindicatos esquiroles o "amarillos" recurriendo a grupos de trabajadores favorables a los patronos o patrocinados por la OSE, pero se trató de un esfuerzo fracasado por crear un contrapeso de derechas al nuevo movimiento sindical.

Las primeras elecciones sindicales que enfrentaban “democráticamente” en unos sindicatos por otros, tuvieron lugar en la primavera de 1978, y estuvieron influidas por una atmósfera enrarecida y por numerosas restricciones. En muchos lugares de trabajo los empresarios hicieron todo lo que estuvo a su alcance para obstruir el proceso electoral. La democracia, para el movimiento sindical al menos, llegó con cuentagotas.

A pesar de todos los obstáculos, los dirigentes obreros saludaron con euforia la legalización de los sindicatos en abril de 1977, ahora sí. Ahora los funcionarios comenzarían a ocupar su puesto, y a afiliación se disparó después de las elecciones generales de junio, todavía quedaba mucho por hacer. Las condiciones de vida y de trabajo habían cambiado, pero todavía se estaba en la cola de aquella Europa que ahora aparecía como modela (cuando a los señores del país les iba bien) Comisiones Obreras aseguró haber dado de alta a casi medio millón de trabajadores en todo el país en 20 días. En octubre declaró un total de más de millón y medio de afiliados, más de una quinta parte de los asalariados españoles. En partes del cinturón industrial de Barcelona, la proporción de afiliados fue incluso mayor; en el Baix Llobregat se dijo que se habían afiliado a Comisiones Obreras hasta 65.000 trabajadores {sobre una población activa de unos 168.000). Esto llegaba justamente cuando políticamente se trataba de echar el freno a las movilizaciones. Ahora no se convocaba a la gente para mejorar su situación –que se prometía por la vía parlamentaria-, sino para las campañas electorales y para votar.

La UGT, a su vez, en marzo de 197i hizo la extravagante afirmación de que había afiliado a más de dos millones de personas, más de lo que el veterano sindicato había tenido nunca en el momento culminante de su popularidad en 1936. Tan grandes fueron las expectativas entre los dirigentes sindicales que el líder de Comisiones Obreras de Madrid, Marcelino Camacho, se atrevió a afirmar que la afiliación sindical en España pronto sería la más alta de Europa, pero iba a ser justamente al revés.

La UGT se enfrentó con una tarea mucho más ingente que Comisiones Obreras en su intento de reconstruir el sindicato, y para ello utilizó a amplios sectores que por lo general no sabían de luchas. Es cierto que en algunas partes, como en Asturias y el País Vasco, el sindicato que seguía llamándose socialista no había perdido del todo sus raíces entre los trabajadores, pero estaba muy atrás, no ya en relación a comisiones Obreras, también en relación a colectivos importantes como los que lideraban los maoístas del PTE y de la ORT, hoy totalmente olvidados. No fue coincidencia que en estas dos zonas más tradicionales se registrasen los índices más altos de abstención en las elecciones sindicales, a veces con argumentos de izquierdas. La UGT catalana, sin embargo, que había sido ensombrecida por el anarcosindicalismo tradicionalmente, y no podía confiar en la memoria histórica o la tradición para reconstruir su masa de simpatizantes, se valió de grupos de izquierda que al poco tiempo después acabaría purgando. Además, el movimiento socialista se había roto en pedazos en los años sesenta, uno de los cuales, como hemos visto en el capítulo III, optó por trabajar dentro de Comisiones Obreras.

Las raíces de la nueva UGT catalana arrancaron de un grupo de trabajadores asturianos, que habían emigrado en 1947 y que habían continuado reuniéndose a través del largo purgatorio de la dictadura. A ellos se les unieron a principios de los años setenta unos jóvenes obreros identificados políticamente con el “socialismo democrático” que entonces todavía contaba con referentes como el sueco de Olf Palme y que rechazaban las Comisiones Obreras a las que criticaban de “burocráticas”. El núcleo de la nueva dirección se formó con un puñado de trabajadores de la factoría de máquinas de escribir Hispano Olivetti. Pero no fue hasta 1976 cuando la sección catalana de la UGT empezó a extenderse más allá de unas pocas docenas de activistas que habían constituido la organización en la primera mitad de la década. También emergió la CNT, en un principio con mucho entusiasmo, luego con muchos problemas de acoplamiento entre lo viejo y lo nuevo.

El crecimiento del la UGT a nivel nacional fue estimulado por la enorme audiencia del partido y, en la práctica, por el proceso político en general en el nuevo clima reformista. Muchos militantes que se identificaron políticamente con el PSOE, pero que habían trabajado en las Comisiones Obreras, ahora se animaron a afiliarse a la UGT. Una encuesta entre dirigentes de la UGT en Madrid y Barcelona en 1980 sugirió que una considerable proporción de ellos habían participado en el movimiento de las Comisiones y que, a pesar de que la UGT había boicoteado al sindicato vertical, casi una quinta parte habían sido enlaces sindicales o delegados de sección en la OSE. La reorganización del sindicato socialista también se reforzó por el hecho de que no había tomado parte a ningún nivel en la lucha contra la dictadura. Su falta de experiencia le permitió adaptarse más rápidamente que Comisiones a la cambiante situación del posfranquismo. La UGT sintonizó más con el talante de moderación de muchos trabajadores que confiaban en la adopción de un modelo socialdemócrata de sindicalismo, con la idea de que poco a poco se irían consiguiendo reformas; en no pocas casos se trataba de sectores que habían tenido conflictos con el hegemonismo comunista oficial en Comisiones.

La cuestión fue que la moderación de los “nuevos sindicalistas” de la UGT fue apareciendo como mucho más eficiente que unas Comisiones Obreras que desde los Pactos de la Moncloa se estaba poniendo en primera línea de las desmovilizaciones Las elecciones sindicales de 1978 trazaron el perfil del nuevo movimiento sindical en España. Comisiones Obreras se confirmó como el mayor sindicato del país, seguido a corta distancia por la UGT. En Cataluña, el primero obtuvo la mayoría absoluta de todos los votos emitidos y más de dos veces y media más que el sindicato socialista. Los resultados fueron paradójicos, porque sugirieron que gran número de trabajadores que votaron al PSOE en las elecciones generales dieron su apoyo al sindicato comunista en el ámbito laboral. Juntas, las dos confederaciones dominaron el nuevo movimiento sindical; ni la USO ni menos aún todos los sindicatos de la izquierda revolucionaria consiguieron obtener un respaldo significativo.

Por lo que respecta a la anarcosindicalista CNT, quedó claro, aunque no tomó parte en las elecciones, que no había conseguido recuperar su hegemonía de antaño entre la clase obrera en Cataluña. El movimiento libertario del que formaba parte siempre había sido un cuerpo heterogéneo, y la represión franquista sólo había servido para diseminar y dividir todavía más a sus componentes. Además, la transformación de la sociedad catalana en los años sesenta había dado pie a una nueva estructura social y nuevos valores que no encajaban con los principios morales del viejo movimiento. El pequeño movimiento anarquista que emergió en el posfranquismo estuvo marcado por una penosa brecha entre la vieja guardia de militantes, que hablan sobrevivido los negros años de la dictadura en el exilio o en la clandestinidad, y una generación de jóvenes anarquistas cuyo punto de referencia era la rebelión juvenil de los años sesenta. No pasó mucho tiempo antes de que los anarquistas se escindieran una vez más. Sin embargo, el anarcosindicalismo ejerció una influencia subterránea sobre el moderno movimiento obrero. Si bien sería erróneo ver cualquier continuidad entre la CNT de los años treinta y las Comisiones Obreras de los setenta, se puede aducir que la vieja cultura del anarcosindicalismo había empalmado en los años sesenta con el estilo localizado y participativo del nuevo movimiento.

La euforia del período de afiliación sindical masiva en 1977-78 se desinfló en poco tiempo. A principios de los años ochenta había quedado claro que, lejos de ser uno de los movimientos más fuertes de Europa, los sindicatos españoles tenían uno de los índices más bajos de afiliación. Si las estimaciones sobre el número de trabajadores dados de alta después de la legalización de los sindicatos habían sido más que optimistas, la caída de la afiliación fue dramática. Aunque no hay disponibles datos fiables, es probable que menos de una quinta parte de los asalariados de España fueran miembros de sindicatos a finales de 1981, y la proporción caería incluso más en los años siguientes, llegando al bajo índice del 12 %. De hecho, los sindicatos entraron en una profunda crisis de identidad. Habiendo sido el protagonista principal en la lucha contra la dictadura entre 1962 y 1976, el movimiento obrero pasó por la puerta del servicio. Una vez que la clase trabajadora había cumplido con su papel de “ariete” contra la dictadura, pasó a tener un lugar subalterno, sin apenas peso en la vida social y política nacional.

Ahora gozaba de sus derechos, las huelgas eran legales, pero, paradójicamente, su ejercicio se entendía como un atentado contra la estabilidad democrática. Y en ese discurso coincidieron tanto la izquierda institucional como los medios de comunicación monopolizados…Y todo lo que se había recompuesto durante una larga y dura lucha contra el régimen que había tratado de aniquilar hasta el último vestigio de organización, se fue quedando en una representación cada vez más ceñida a los sectores más estables, aventajados y tradicionales de la clase.

martes, 7 de abril de 2009

¿Sindicalismo revolucionario, o Cacareo en el gallinero?

Por Fructuoso Rodríguez Morales

El jueves 19 de febrero hubo en los locales de Intersindical Canaria una asamblea de delegados y posteriormente a las doce una concentración en la calle Tomé Cano, delante de las oficinas del INEM, pidiendo el cese de despidos laborales y que la “crisis la paguen los ricos”.

Al ojo del observador espontáneo el ver a los sindicalistas enarbolando las banderas reivindicativas (la tricolor con las sietes estrellas verdes), junto con la roja del socialismo y los sindicalistas de la CNT, podrá pensar que “algo gordo se está cosiendo”, pero si conoce el entramado y funcionamiento de ese sector llamado “sindicalismo nacionalista”, pronto deducirá que la magia no existe y que todo mago tiene su truco.

Lo que está ocurriendo realmente es que los acontecimientos son de una gravedad tal, que es imposible seguir permaneciendo en los despachos, y que simplemente por vergüenza hay que salir a la calle para la foto, ya que dudo mucho de la verdadera intencionalidad de lucha de dichas organizaciones.

“Esto es el preámbulo de la gran lucha que se avecina”, me comentaba un compañero, “·…iremos a por la huelga general”.

Bien, ya hace tiempo que necesitábamos la huelga general, pero ¿con que fin?, ¿con el fin de detener la sangría de despidos?, es una incongruencia ¿no?, es decir el sector está en crisis y hacemos una huelga… ¿para mejorarlo?, no me entra en la cabeza, algo falla.

Pensemos… ¿Qué está ocurriendo realmente?, bueno pues aunque me tilden de catastrofista lo que está ocurriendo es que el sistema se derrumba, así de simple; esto no es una crisis cíclica, ni de reestructural el sistema, es un derrumbe en toda regla, y ante un acontecimiento de esta envergadura ¿nos vamos a la calle para pedir que la crisis la paguen los ricos?,… ¡que ingenuidad!

Srs., el derrumbe es inevitable, el sector industrial está colapsado y es imposible su reconstrucción, por lo que los parados seguirán aumentado irremediablemente. Por lo que el acto de los sindicalistas del pasado jueves, si no se canaliza en una dirección con base real, amparado en lo que realmente está sucediendo, es un acto más de “hay que hacer ruido para que los afiliados crean que hacemos algo”. (O lo que es lo mismo “hay que cacarear lo más posible”).

¿Por qué es inevitable el derrumbe?, pues por lo que ya es un secreto a voces: hemos llegado al cenit del petróleo, y su precio real pronto estará por encima de los 100$ el barril. La sociedad industrial moderna es inviable a un barril a este precio, esto sumado a una economía de especulación, y de empobrecimiento de los países de los continentes al sur del ecuador, junto con la “avanzadísima economía de Neoliberalismo”, han provocado que se genere una deuda global, según algunas estimaciones de unos 750 billones de dólares, imposibles de pagar. Según algunos analistas financieros, EEUU se declarará insolvente en los meses del verano del 2009 y el modelo Bretton Woods, (dólar como moneda eje), se dará como finalizado.

El tsunami que estos acontecimientos van a provocar, serán de unas consecuencias difíciles de pronosticar, pero que no se evitarán sin duda alguna cacareando en el gallinero.La fragilidad de la economía canaria es evidente, y la verdadera lucha sindical está en organizar a la clase trabajadora para derribar de una vez este sistema capitalista (en el territorio donde vivimos y donde nos toca luchar, unidos a las luchas antisistema globales) y estructurar una verdadera revolución agraria que sea capaz de resistir el impacto que -no nos quepa duda-, vamos a recibir. Es imposible garantizar un puesto de trabajo a los miles y miles de despedidos, así como el subsidio de empleo garantice la estabilidad doméstica. La violencia estará a la orden del día y el túnel oscuro por el que vamos a pasar durará muchos más años de los que quisiéramos.

Los años venideros son de una inseguridad nunca antes alcanzada, y sin embargo la clase trabajadora mira a sus dirigentes sindicales y lo que ve son apoltronados en sus sillones, que llevan más de veinte años adormeciendo la lucha obrera, sindicalistas entregados al partido en el poder, y sindicalistas que prefieren poner mordazas en voces críticas que enfrentarse a dirigentes sindicales con alto poder de gobierno. Culpables, unos por acción y otros por omisión.

Pero lo triste es que hay que escachar la cabeza del que quiere denunciar para poder avanzar hacia un verdadero sindicalismo independentista, revolucionario y obrero.

miércoles, 1 de abril de 2009

EL MOMENTO DE LEVANTARSE

Por Pedro González Cánovas
(Miembro de ANC)

Pongo en duda que hoy, grupos de individuos que se definen por una misma categorización de sus formas de relacionarse, con los medios materiales de producción, tengan consciencia real de su situación social. Mucho más, que se admita compartir intereses entre personas señaladas por un tipo específico de relaciones socioeconómicas.
Tengo memoria de unos movimientos obreros que sacudieron el sistema social capitalista, hasta conseguir el nacimiento de varios experimentos, más que interesantes, pero que en su momento acabaron con el dominio de ese monstruo que hoy vuelve a sembrar desigualdad, abusos de poder, despotismo, explotación…
Sin embargo, aquellas luchas quedaron muy atrás, antes de que las formaciones comunistas lo apreciasen y actualizasen su discurso. Tal vez, por esta carencia, quedando fuera de la competitividad política. La orientación neoliberal que tomaron muchas sociedades se encargó de difuminar las clases sociales bajo la tenue capa que el reconvertido socialismo europeo se empeñó en llamar “bienestar social”, que si bien ya nada tenía que ver con la igualdad social, conformaba al obrero y se radicalizaba bajo el título de “justicia social” empezando, ahora, a prostituir la terminología bajo intereses exclusivos de la corriente dominante políticamente.
Llegó el momento en que el planeta, vuelve a estar plagado de injusticias y pequeños núcleos de oposición, parecemos estar condenados a una globalización que ya ha asimilado las necesidades que los movimientos ecologistas expusieron en el corazón de Europa y América. Parece que pasó el momento de demostrar que aquellos suburbios anarquistas que plagaban la red de redes, los comunistas radicales que se presentaban en Internet siendo oposición del socialismo oficializado, los ecologistas, que se negaban a abandonar el vagón de cabeza y otros muchos grupos replicantes que conformaron el Movimiento Antiglobalización de Seattle han sido naturalizados hasta la asimilación por el propio sistema.
Hoy, al fin y al cabo, la sociedad está plagadas de enfermedades mentales propias de la era de la información, que nos crean barreras y no permiten que se articulen iniciativas grupales con tanta facilidad, tendiendo cada vez más al individualismo del XVII que surge como enemigo de cualquier movimiento social.
Los derechos adquiridos históricamente por los trabajadores van en detrimento y de forma directamente proporcional a la pérdida de representación del sindicato como instrumento obrero, como organización obrera.
Las organizaciones obreras han sido tan asimiladas por el sistema que se han convertido en centrales de negociación, con notables cambios en los fundamentos éticos originales y sin capacidad para prevenir, y menos afrontar, la cruda realidad actual.
La nueva crisis de acumulaciones de capital, que se empeñan en nominar de mil formas, vuelve a atentar directa e indirectamente sobre la clase que ejerce la producción. Aunque cuando oímos las noticias parecen que nueve de cada diez víctimas son empresarios que cierran o recortan drásticamente, que los menos son personas trabajadoras “por cuenta ajena” que se quedan a expensas de los bancos, sin forma de afrontar sus pagos.
El pueblo, el ciudadano de a pie, debe revelarse ante esta situación. Formarse, establecer simpatías y objetivos comunes, reunir aliados hasta organizarse en grupos y articular contestaciones con estrategias puntuales y tácticas para buscar resultados de indudable interés comunitario. En definitiva: tomar consciencia de clase.
Tomar consciencia de clase con nuevos conceptos, rechazando los que imprimía la sociedad capitalista que se encargó de segmentar a los que estamos en producción de los que destacaban lo más mínimo. A los que nunca se les dará entrada en las clases altas, en una sola generación, pero que como “clase media” siempre serán un elástico, un amortiguador entre clase alta y clase obrera, para evitar fricciones y perpetuar el estatus dominante del propio capitalista, que continua fabricando países a base de explotar a la mayoría productora.
“Saltan chispas” con el conflicto de los sindicatos gremiales de la educación, en Canarias, y dicho conflicto afecta a toda una generación de estudiantes. “Los maestros” no consiguen sino perder dignidad, y “quedarse al filo de la clase media” sin que se les respetara el sueldo, que ayuda mucho, a mantener el estatus social del funcionariado en general. Que pena.
Que mal que esa clase media y nuestras organizaciones de trabajadores no tengamos conciencia real de clase. O no lo demostremos tomando las riendas de la economía y la política, no sólo para proteger los derechos adquiridos, sino para crear nuevos derechos y hacer un mundo más justo, con fundamentos de igualdad real.
¡Que miedo me está dando esto! No ver reacciones contundentes. No oír a los maestros pedir solidaridad a otros trabajadores y trabajadoras. No sentir complicidad en los ojos de un mando intermedio. Oler a pánico donde debería estar el olor a la dignidad del trabajo. Ver a electos representantes sindicales esquivar situaciones de enfrentamiento, aún a sabiendas de que el derecho estuviera de la parte del trabajador, huyendo de todo conflicto. Al tiempo la patronal obra endiosada, justificando cualquier barbaridad con la palabra “crisis” y la “comprensión” de una flota mediática notablemente politizada. Son las facturas que pasan décadas de incultura política, de inconciencia obrera. Pues ahora, o cambiamos esto radicalmente, o quedaremos más expuestos que hace cincuenta años.
La época que nos ha tocado vivir puede ser muy dura. Pero también puede que, si conseguimos despertar el origen de los movimientos sociales, el movimiento obrero, y éste lo hace con verdadera fuerza, vivamos una época histórica llena de dignidad. En nuestras manos está.

Islas Canarias a 24 de Marzo de 2009